Archivo mensual: abril 2013

La bella, el caballo y la bestia


El látigo descendía una y otra vez. La espectadora estaba indignada. Siempre había escuchado decir que a los animales les estaba vedado expresar o tener sentimiento alguno, pero el caballo lloraba. Bajo el azote parecía quejarse y los testigos del maltrato inmerecido solo atinaban a preguntarse quién era la bestia.
Entonces ella pensó en gritar, requerir de algún modo a ese hombre, acusarlo, pero, de qué, con quién. Hizo un nudo con su rabia, muy fuerte, y siguió su camino.
Estos perpetradores despiadados no se esconden. Castigan violentamente a sus animales en cualquier calle citadina como lo más natural. Su ira parece no tener límites y poseen además una falta de conciencia o sentido común que les impulse a desdeñar el maltrato para someter a sus caballos.
Así vemos personas que apedrean a un perro o lo martirizan para reírse luego, que lo enfrentan en peleas ilegales y sangrientas, les abandonan una vez que envejecen o simplemente no caben en casa o desechan a sus crías atadas en sacos en cualquier río o arroyo. Mientras la televisión transmite un programa en que las mascotas son trasladadas a hospitales y sus dueños irresponsables multados o llevados a prisión.
Pese a que en Cuba existen políticas para la protección al medioambiente, todavía nada se dice del amparo legal a las mascotas o animales domésticos, cuestión que urge resolver, pues actos de evidente violencia como los narrados no deberían quedar impunes.
Si el perro es el mejor amigo del hombre, su amistad no siempre es bien pagada. Por el servicio de cuidar la casa o generar ingresos de dudosa procedencia, tras descuartizar a mordidas a otro can, solo reciben, en muchos casos, gritos y golpes con los que se supone, habrán de obedecer.
Si el sustento de un cochero viene justamente del que arrastra el carromato y a sus pasajeros, cómo es posible que ante las demostraciones de cansancio, incapacidad o negativa de continuar camino manifestadas por el caballo, su dueño emplee el látigo a modo de incentivo lastimándolo a veces, de modo que él mismo se verá afectado.
Darles un hogar, alimento y atención médica si lo requieren, no nos autoriza a pegar o a infligir daño alguno a nuestros animales. No creo que para cuidarlos se deba llegar a extremos, ya vistos también en televisión, de hacerlos heredar fortunas o preparar para ellos una habitación llena de muebles destinadas a humanos y una gran pantalla con programación también dedicada a las personas.
El afecto, respeto incluso serían buenas herramientas, pero también es preciso el diseño y puesta en práctica de leyes que los pongan a buen recaudo de aquellos que se bestializan.


La ciudad que queremos


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Muchos dicen que son orgullosos. Ellos se consideran educados, hospitalarios, carismáticos. La ciudad es dadivosa, recibe a cuantos llegan, que son muchos, en cada celebración, evento, pretexto para acercarse a la otredad.
Lo cierto es que ha cambiado mucho desde entonces. Ya sus ríos parecen arroyos. Generales dan nombre a sus calles y avenidas. Sus hombres y mujeres caminan al trabajo o hacia algún punto en la cotidiana existencia.
Aquel que llegó con su progenie para luego ir a conquistar nuevas tierras, literalmente, es testigo del diario cauce de transeúntes lugareños y foráneos. Algunos insisten en fotografiarse junto a su figura enorme, otros le dan por sentado, inmensa escultura mezclada en un conjunto de rostros y símbolos de nuestros “orígenes”.
No imaginó tal suceso García Holguín tras recibir su merced y crear el Hato de San Isidoro de Holguín en 1545, por las disposiciones que encerraba el Patronato Regio otorgado al reino español.
Venía desde San Salvador de Bayamo y llegó a esta tierra donde pretendió sentar raíces. Aunque pronto se iría en afanes de conquistador con Hernán Cortés, a extender el dominio de España por otras naciones, descubiertas por ellos, a su parecer.
No pudo vislumbrar entonces que su nombre perduraría hasta este siglo, 468 años después. Aquí dejó a su familia. Sembró la simiente de la ciudad que queremos, la misma que continúa en su infinito trasiego de memorias ante la mirada pétrea del conquistador español y su dedo índice apuntando hacia el futuro.
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